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martes, 21 de junio de 2011

Ser Como El Maestro



Ser como el maestro incluye «participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejantes a él en su muerte

Mateo 11:1

Cuando escribí el título para el devocional de hoy, inmediatamente pensé en las contradicciones que encierra esta frase. No creo que haya un solo discípulo que no desee ser como Jesús. Sé, con toda seguridad, que este es el deseo de mi propio corazón. Cuando me detengo a pensar en lo que realmente estoy deseando, me doy cuenta de que quisiera poseer las cualidades que tanto me atraen de la persona de Cristo, su mansedumbre, su disciplina, su intimidad con el Padre, su capacidad de percibir el mover del Espíritu a su alrededor, su sentido de misión. Entonces tengo certeza de que todas estas cualidades me faltan, en mayor o menor grado.

Cristo claramente indicó que no era suficiente «creer», sino que el verdadero discípulo sería aquel que permaneciera en Su palabra. El Hijo de Dios, sin embargo, no estaba refiriéndose a esto cuando aseveró «bástale al discípulo ser como su maestro y al siervo como su señor» (v. 24).

El Nuevo Testamento da claras indicaciones de que el objetivo de la obra transformadora de Dios es que lleguemos a ser como el Hijo, pero con frecuencia olvidamos que esto incluye «participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejantes a él en su muerte» (Fil 3.10). De modo que, una vez más, Jesús estaba advirtiendo a los discípulos que el costo de seguirlo era alto, tan alto como el precio que él mismo pagaba a diario.

Entre las experiencias duras que al discípulo le tocará vivir, se encuentra la traición de la familia. «El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo. Los hijos se levantarán contra los padres y los harán morir» (v. 21). Esta experiencia es una de las más duras de sobrellevar, porque siempre esperamos mayor compasión y ternura por parte de aquellos que son de nuestro círculo más íntimo. La naturaleza de nuestro llamado es tal, sin embargo, que «seremos odiados por todos por causa de mi [su] nombre» (v. 22). Cristo será causa de enemistad aún con aquellos con que hemos compartido toda una vida.

Frente a este panorama angustiante, el Señor destacó la recompensa que espera a los que no claudiquen en medio de la persecución: «el que persevere hasta el fin, este será salvo». Esta frase nos toma un poco de sorpresa, porque estamos acostumbrados a pensar que la salvación es algo que se garantiza en un momento de una decisión que, muchas veces, guarda matices intelectuales. En Juan 8.31-32, sin embargo, Cristo claramente indicó que no era suficiente «creer», sino que el verdadero discípulo sería aquel que permaneciera en Su palabra. Del mismo modo subraya el apóstol Pablo, cuando anima a los filipenses a que trabajen en su salvación «con temor y temblor» (2.12). Es decir, la salvación es un estilo de vida, más que un estado.

En la promesa de salvación se encuentra el gran premio de los que siguen a Jesucristo. Esto no solamente se refiere a salir airosos en el día del gran juicio. También contempla la salvación de la perversidad que lleva al mundo a perseguir a aquellos que quieren vivir conforme a la justicia de Dios. Les ofrece la posibilidad de que anden, precisamente, en la misma mansedumbre y bondad que caracterizó la vida del Hijo del Hombre.


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